Hacia 1813, Manuel Rodríguez ya era partícipe de la causa libertaria y como tal se integró a las campañas del Sur, exhortando al ejército y aplicando toda su locuacidad y persuasión en la prédica de los ideales independentistas entre la gente del pueblo. Pero lo que realmente le dio la fama fue su notable trabajo en la clandestinidad, durante el periodo de la Reconquista. Inteligente y sagaz, se convirtió en un maestro en el arte de la simulación y del disfraz. Se especializó en cruzar la cordillera de los Andes trayendo y llevando mensajes secretos de José de San Martín, a la vez que ayudaba a crear el terreno propicio para la ofensiva patriota en Santiago.
Fue así que Manuel Rodríguez pasó a ser un verdadero y constante dolor de cabeza para el gobernador Marcó del Pont. Llegó incluso el momento en que se le puso precio a su cabeza y se convirtió en el hombre más perseguido del reino.
Su biografía es abundante en episodios en los que aparece burlando a sus perseguidores reiteradamente, disfrazado de fraile o de huaso, o desnudo en la noche escabulléndose por entre decenas de soldados talaveras y cruzando a nado el río Mataquito.
Su relación con otros caudillos de la Independencia, no fue siempre fácil: Bernardo O’Higgins lo consideraba un personaje incómodo y odioso, pero a la vez, necesario para la causa patriótica y aunque llegó a establecer relaciones de bastante cercanía con José Miguel Carrera, este le envió a la cárcel más de una vez.
Manuel Rodríguez, tal como lo cuenta la popular canción, murió asesinado por la espalda, en Til-Til. Al morir, sólo tenía treinta y tres años de edad.
Manuel Rodríguez |
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